Si el más reciente Rigoletto que hemos visto (el del Teatro de la Ciudad hace dos años) significó la consagración de una gran soprano mexicana, María Alejandres, el de la Compañía de Ópera de Morelos en julio de 2012 confirma, entre otras excelencias, la enorme calidad del barítono Jesús Suaste en un papel que le ha sido esquivo y que ha ido madurando a través de los años. Por mucho tiempo pensé que era un papel que no le convenía, pero el Rigoletto que está haciendo en Cuernavaca -puedo afirmarlo sin exageración- marca un hito en la historia operística de México. Tengo, entre algunas, la referencia cercana de otro distinguido barítono mexicano, Genaro Sulvarán, quien hizo hace dos años un Rigoletto demasiado fuerte y monocorde, sin la debida autocompasión, entre otras cosas, que requiere el personaje. El de Rigoletto es uno de los roles más ricos y difíciles que existen. Reclama una voz generosa y brillante, tesitura amplia, canto ligado y matizado, inteligencia para entender la complejidad psicológica de este bufón y padre humillado y vengativo y, por ello mismo, grandes dotes de actor, tanto en la voz como en la escena. Todas estas cualidades las exhibió Suaste a manos llenas, quien hizo de Rigoletto una verdadera creación. No se ha vestido de Rigoletto, sino que lo ha encarnado bajo su propia piel.
He empezado por el personaje epónimo de esta ópera a la vez popular y extraordinaria de Francesco Maria Piave y Giuseppe Verdi (1813-1901), estrenada en Venecia en marzo de 1851, para dar la medida de la excelencia de este espectáculo. Los demás miembros del elenco (todos mexicanos) acompañan honrosamente a Suaste: Claudia Cota hace una Gilda soñadora y frágil –como debe ser-, con una voz pequeña, pero bella y delicada, de soprano ligera: está mejor en sus solos y dúos con Rigoletto que en sus números de conjunto, como en el célebre cuarteto del tercer acto. Christian Adán, una agradable sorpresa: es un tenor de muy buen gusto en el canto: el carácter ligero de su voz le permite hacer un duque de Mantua en la línea de Alfredo Kraus, no de los tenores líricos que usualmente han hecho este papel. Más que un malvado seductor, hace un duque de Mantua alegre e irresponsable, que es una de las facetas válidas de este personaje. El Sparafucile de Rosendo Flores, impresionante de voz y canto, ya que no tanto de interpretación: su personaje es más sombrío del que presenta. Nos ha dado mucho gusto volver ver en la escena operística a la mezzo –casi contralto- Ana Caridad Acosta como Maddalena, un papel nuevo para ella, al que da una gravedad de timbre y desenvoltura escénica dignas de mención. Como el conde de Monterone, el siempre joven veterano Rufino Montero, excelente en toda la línea. Los comprimarios muy bien, a la altura de la empresa.
La dirección escénica de Miguel Alonso, eficiente, al servicio de la ópera. Logró, sobre todo, que sus actores cantantes hicieran química y se entendieran de maravilla en un proyecto común. Su equipo visual –escenografía, iluminación, vestuario, maquillaje- hace un trabajo sencillo y eficaz, sin alardes innecesarios. Muy bien el Coro de Cámara de la Escuela Nacional de Música de la UNAM, dirigido por el siempre exigente y eficaz Samuel Pascoe. Es un coro especializado en música coral de concierto, pero sus incursiones operísticas, como ésta, son de una calidad profesional.
La Orquesta de Cámara de Morelos, bajo la excelente dirección concertadora de Carlos García Ruiz, suena como una gran orquesta de ópera, con todos los acentos, ora frívolos, ora dramáticos, ora luminosos, ora sombríos, de la ópera verdiana, y acompaña muy bien a los cantantes. Es incomprensible que Bellas Artes no invite a un director mexicano tan capaz a dirigir al menos una ópera por año.
Felicidades a Marivés Villalobos, productora ejecutiva de este espectáculo y a Jesús Suaste, Director Fundador de la Compañía de Ópera de Morelos. A ellos me atrevo a sugerir algo que probablemente ya tienen en mente: la celebración en 2013 del año de Verdi, a doscientos de su nacimiento. Creo que Suaste ya tiene elenco para un Falstaff o para la infrecuente Luisa Miller.